Con la bancada parlamentaria más retrógrada de su historia, el país carioca está a punto de elegir como presidente a Jair Bolsonaro, un candidato de ultraderecha, homofóbico y capaz de decir que prefiere a su hija muerta, antes que homosexual.
La bancada parlamentaria evangélica es la más retrograda, conservadora y poderosa de la historia de Brasil. Ahora tienen un candidato ultra conservador como Jair Bolsonaro disputando las elecciones presidenciales en una segunda vuelta que acerca al gigante de Sudamérica a un escenario de alarma. ¿Qué fue del Brasil progresista? Hoy es más machista y homofóbica.
Los grupos evangélicos vienen aprovechando la crisis de seguridad y la debacle política de la izquierda en Brasil. En el país de la samba, nace una iglesia Evangélica por día. Son congregaciones que actúan donde el Estado no está y aprovechan para pasar a estas personas su valores morales y religiosos. En las cárceles hacen trabajo social, están en las clínicas de rehabilitación y allí se hacen de más seguidores.
Muchos pastores trabajan en palacios, como el Templo de Salomé de la Iglesia Universal del Reino de Dios, una mole de cemento más grande que un estadio de fútbol. Nadie ha podido contra los conservadores. Ni el ex presidente Luiz Inácio ‘Lula’ Da Silva se peleó con ellos. Mucho menos la ex presidenta Dilma Rousseff. Solo que con ella, por ser mujer, los ataques fueron más violentos.
Brasil ahora tiene el peor parlamento en términos de derechos sexuales y reproductivos de la historia. Cuando el gobierno propuso un plan antihomofobia en los colegios, contraatacaron. Lo calificaron como material pornográfico. El político Anthony Garotinho, amenazó a Dilma Rousseff diciéndole: si no retira ese material de las escuelas, hablaría sobre el dinero que la ex presidenta usó en su campaña. Esto funcionó y Dilma retiró el material antihomofóbico. Luego se sacó todo lo que tenía que ver con la palabra género a nivel nacional, estadual y municipal.
En Rio de Janeiro se propuso borrar la palabra género del plan municipal. Lo hicieron a niveles exagerados. Productos alimenticios tuvieron que retirar de su etiqueta la palabra “Género alimenticio”, para quedar en “alimenticio”. Así de ridículo.
Ya con Dilma Rousseff fuera de la presidencia los grupos evangélicos se volvieron más radicales en el tema educativo. La intolerancia alcanzó espacios culturales. El mensaje que instalaron es que la crisis social y política de Brasil tiene una base moral, que todos los males ocurren porque sus ciudadanos son pecadores y que para salvarse debían ser mejores personas desde el colegio y que solo la mano de Dios ejecutada con rigor, orden, inclemencia y disciplina podrá salvarlos. Ese mensaje lo capitalizó el candidato presidencial Jair Bolsonaro, una suerte de Donald Trump brasilero. Popular por sus posturas extremistas a favor de la tortura, capaz de enseñarle a una niña cómo disparar y decir que prefiere que su hija muera a que se vuelva homosexual. El conservadurismo se radicalizó y eligió a Bolsonaro como su representante.
¿Qué pasó con el Brasil progresista? Un 20% respalda a Bolsonaro. De ese total, el 60% son jóvenes.